Desde nuestra salida al mundo del vientre de nuestra madre, vamos a atravesando las distintas etapas vitales. Pasamos de niño a adolescente, juventud y llegamos a la edad adulta con sus variantes también .

Pasar por estas etapas vitales , nos da la oportunidad de ir desarrollando nuestra identidad. Y es que en cada etapa nos vamos identificando con unos roles, unas funciones, y también unas pérdidas que nos van ir configurando como persona.

De modo que cuando somos niños, aun en nuestra infancia ya nos damos cuenta cuáles de nuestros comportamientos debemos repetir y cuáles no. Y eso lo sabemos porque detrás de una conducta, una actitud o “un ademan” de los nuestros , recibimos un refuerzo, un premio o una alabanza. Ya sea a modo de premio material, por una mirada, una sonrisa, un abrazo, o con simples palabras como qué bueno eres! Así aprendemos: “ esto se acepta”.

Y el camino opuesto también lo podemos recorrer. De hecho aprendemos que hay ciertos comportamientos, y formas que no son admitidas : gritar, enfadarse, pegar, sacar malas notas, no obedecer, etc. Y si nos quedamos en la simpleza del aprendizaje, en la que hay ciertas cosas que se deben  hacer y otras no,  es genial. Lo que ocurre que nuestro aprendizaje inconsciente de niño a adolescente va más allá. Aprendemos  muchas cosas entre ellas:

  • A identificarnos con una parte de nosotros “la buena”, así aprendemos a ser cómo se espera de nosotros. Y nuestra “personalidad” empieza a fraguarse en función a nuestro entorno (padres y cuidadores) y cómo en función a  su peculiar forma de interpretar la realidad deciden que esperan de nosotros. Y “sin querer” enviamos a la sombra la otra parte de nosotros (esa parte oscura, rechazada por el entorno, y que hemos aprendido a no ver y a evitar).
  • Quizás, a creer “me quieren por lo que hago, por mi comportamiento”, y esta son las bases de nuestra exigencia, que no acabará “nunca” como adulto.

Y en el camino de la vida, entre el paso de niño a adolescente, y entre otras variables las hormonas , la llegada de los 12 años  (antes para algunos) es un momento de revolución interior. Y esta etapa, la pre adolescencia la vamos a considerar un entrenamiento para lo que está por llegar.

Si en la etapa infantil,  hemos sabido como padres y educadores crear un vínculo de confianza y respeto, y hemos sabido ver más allá de “la imagen” que hacíamos de nuestros hijos, la adolescencia será una etapa más dentro del desarrollo de su identidad. El adolescente que comienza a tener su propio  criterio del mundo (a menudo distinto al nuestro como padres, por este motivo entre otros se produce cierto distanciamiento entre padres y adolescentes), encuentra en el hogar un lugar donde estar, donde sostenerse, donde dialogar, a pesar de que sus ideas, comportamientos y emociones no sean las “familiares”.

El adolescente , adolece de habilidades y criterios para “salir al mundo” , y si bien está deseoso de experimentar autonomía y libertad, aun son dependientes de sus padres, aunque esto no les guste reconocerlos.

Y a menudo me encuentro en sesiones, a adolescente que fueron “niños sumisos”, que agradaban a sus padres en todo o en mucho, “la niña que siempre quise tener”. Y al llegar a la adolescencia, es común, encontrar “crisis de identidad” de forma inconsciente. De repente todo su mundo se tambalea y ya nada tienen sentido: malas notas, comportamiento “salidos de tono”, y un aterrizaje forzoso en “su sombra”. Esa sombra que aprendió a rechazar y decir “esto está mal”.

Y la adolescencia entonces, es una etapa vital llena de aprendizajes para toda la familia:

Para los padres:  aprenden a que esa hija es como es, no como ellos querían que fuera. Un trabajo de amor incondicional, porque no queremos a nuestros hijos por lo que hacen sino por lo que son.

Para los hijos, que hacen un camino con una riqueza vital “brutal”: mirar hacia ellos mismos, y empezar a encontrar sus propias respuestas, dentro de un sistema familiar y social. Y bienvenida crisis de identidad, que en los 14,15,16,17 tenemos la oportunidad de aprender a entrar en contacto intimo con nosotros mismos. Y de esta manera prepararnos a ser un adulto con herramientas para sostenerse en un mundo que cambia a pasos agigantados.

Tapar esta crisis, estas “salidas de tono”, diciéndonos, esto pasará, no sé que hacer ya con mi hijo!, es enseñarles a rechazar una parte de ellos mismos, haciéndoles creer que hay que ser superhombre: siempre generosos, honesto, agradable, con buenos resultados…..y es que el error, y la desobediencia nos apartó del paraíso y nos hizo humanos.

Nuestro trabajo como padres, es acompañar a nuestros hijos en esta etapa vital para que sepan que estamos ahí, pase lo que pase. Porque la vida nos va a traer en algún momento circunstancias donde no vamos a ser generosos, ni agradables, ni con buenos resultados, y en ese “vendaval” de la vida, no van a tener herramientas para sostenerse.

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